domingo, 1 de febrero de 2009

Tanto el hambre como el apetito pueden controlarse de manera natural


La saciedad bloquea la necesidad de comer más alimento del necesario, pero para lograrlo hacen falta un mínimo de fuerza de voluntad y un protocolo de intenciones.   Lea las siguientes claves para lograr, naturalmente, la sensación de saciedad.  
No demore. No haga ayunos prolongados entre comida y comida.
 
El agua no engaña. Aunque tomar agua antes de comer disminuye la capacidad del estómago, no quita la sensación de hambre que está dada por varios mecanismos; uno de ellos son los niveles de azúcar en la sangre.
Modérese. Por mucha hambre que tenga no pida ni se sirva cantidades excesivas de comida. Cálmese y primero tome un aperitivo, una picada pequeña o cómase la ensalada. Luego sirva o pida un solo plato y decídase por el postre solo al terminar de comer. Dese tiempo. Establezca rituales que le hagan perder tiempo entre bocado y bocado. Por ejemplo, cuente mentalmente el número de veces que mastica un trozo de comida, límpiese con frecuencia las comisuras de los labios con la servilleta, deje los  cubiertos sobre la mesa cada vez que se llena la boca y no vuelva a cogerlos hasta que haya pasado el bocado. Nada de bocaditos. No satisfaga parcialmente el hambre con ellos; lo mejor es que tome una comida moderada, pero completa. La explicación es simple: cuando se ha hecho ayuno prolongado, y el cuerpo recibe la señal de que está llegando comida, descarga insulina, hormona cuya función es bajar el azúcar de la sangre para meterla en las células. Si la persona solo toma apenas un bocado, el resultado es mayor cantidad de insulina para una menor cantidad de azúcar proveniente de los alimentos. Pese a la baja ingesta, la insulina sigue bajando el azúcar de la sangre, lo que hace que sus niveles bajen y la persona acabe sintiendo mucha más hambre.  Hambre y apetito no son lo mismo  El apetito, utilizado a veces como sinónimo de hambre, es una sensación distinta.  El hambre es una sensación que empieza de modo imperceptible y que crece hasta un nivel que supera la voluntad de cualquiera.   Este mecanismo, que usa el cuerpo para avisar que necesita comer, es tan esencial para la vida que cuando no se satisface saltan esas señales que se intensifican hasta llevar al organismo a la postración.  El hambre aparece regularmente pasado un cierto tiempo desde la última ingesta y de acuerdo con una rutina consolidada por cada quien al cabo de los años; de igual modo, su intensidad varía según la capacidad de cada persona para llenar su estómago.   Si se toma como referencia la secreción -controlada por el cerebro- de algunas hormonas durante las 24 horas del día, es evidente que esta es desigual.   El nutricionista y bioquímico Mariano Alemany, de la Universidad de Barcelona (España), recuerda en su 'Manual de las dietas y la nutrición', que las cantidades máximas y mínimas de secreción están ajustadas a un ciclo único de actividad que normalmente  hace que la capacidad de respuesta, física e intelectual, coincida con la máxima actividad durante el día, que suele ser al mediodía o al final de la tarde.  Este ritmo se relaciona con el ciclo de iluminación natural y también con el reloj biológico interno; este, a su vez, está mediatizado por las secreciones hormonales. Este reloj interno rige de manera natural los horarios de las comidas, la actividad  física, la actividad sexual, las micciones y el sistema digestivo.   El apetito lleva a la gente a seleccionar determinados alimentos a veces en forma inconsciente, pero siempre de acuerdo con la capacidad de cada persona de seleccionar los  nutrientes que necesita.  El apetito está determinado tanto por impulsos conscientes como inconscientes. La evocación de recuerdos de placeres conseguidos con ciertos alimentos abre la expectativa para volver a repetir esas sensaciones, aun a sabiendas de que el estómago está a rebosar.  Según Alemany, las sensaciones de hambre y apetito pueden coexistir de modo que se refuercen mutuamente, aunque hasta cierto punto, porque si estamos mucho tiempo sin ingerir alimento, los criterios de ingesta energética derivados del hambre son  prioritarios sobre los específicos del apetito.  Tomado de EFE.

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