Según la medicina, existe una explicación científica para ciertos estados de elevación o de trascendencia, cuya significado puede estar condicionado por las creencias y por el contexto sociocultural.
Desde que se encontró con Él, Roberto dejó de creer en Dios: ahora está seguro de que existe. Siente “esa energía superior” guiándolo y se da el lujo de un mano a mano cuando el Señor lo visita en sus sueños. Roberto tenía 27 años cuando escudriñaba en la metafísica religiosa y la causalidad se hizo presente: una medianoche de mucho frío dos ladrones tumbaron a patadas la puerta de su casa en Haedo y él se interpuso entre el arma y su papá. El tiro le dio en el brazo izquierdo y abrió un manantial de sangre que fluyó durante seis horas, hasta que Roberto se desvaneció y los médicos aceptaron atenderlo aunque no tuviera obra social.
“Sentí que mi cuerpo se quedaba en la cama y yo me elevaba. Me veía ahí, acostado, y a mi mamá sentada al lado. No lo podía creer, sentía mucha paz, fue impresionante –relata a revista C–. Cuando estaba en el cielo, ya no tenía mi brazo lastimado y no tenía dolor. No se puede explicar, es algo hermoso de lo que no podés volver”.
Roberto está convencido de que estuvo muerto y que se encontró con Dios, quien comenzó a asomar en aquel viaje al más allá como una imagen gris. Tuvo “muchísimo miedo”, bajó la cabeza hasta sentir esa presencia bien cerca y, despacito, volvió a elevar la vista: “Lo miré y él también me miró. Tenía como la fuerza del Sagrado Corazón de Jesús, pero era una esfera luminosa de energía y alrededor de él siete esferas más. Después empecé a sentir el brazo y me mandó a la tierra de nuevo".
Experiencias místicas como las de Roberto tenían dos tipos de explicaciones conocidas, aceptadas e irreconciliables entre sí. La de los místicos y religiosos que las consideran el medio por el cual los hombres se comunican con los dioses o con el Cosmos, y la de los agnósticos que las piensan como producto de la sugestión devenida en una fe exacerbada. Pero desde hace unos pocos años la neuroteología –una nueva rama de la ciencia– viró el punto de discusión al cerebro, donde los neurobiólogos buscan identificar los circuitos neuronales responsables de construir estas vivencias.
En su libro Dios está en el cerebro (Editorial Norma), el filósofo y escritor norteamericano Matthew Alper recopila varias investigaciones y define los síntomas más comunes a las experiencias místicas, que también pueden alcanzarse mediante prácticas no religiosas como la meditación, el yoga o la danza, entre otros rituales.
Según Alper, durante estos estados se tiene la “sensación de unión” con el universo y también hay una percepción de atemporalidad, en la que el calendario gregoriano y la apreciación del tiempo es más parecida a la que tenemos cuando, por ejemplo, soñamos. Se suma “la certeza de haber encontrado la verdadera realidad”, que además se siente como “sagrada” e “imposible de describir con palabras”.
La única certeza hasta aquí para el neuropsiquiatra del Servicio de Rehabilitación del Enfermo Neuropsicológico del CEMIC, Diego Sarasola, es que lo que vivió Roberto es mucho más complejo que una experiencia mística: “Lo que pudo haber ocurrido es un fenómeno perceptivo por un cuadro de hipoxia cerebral, que es un déficit en la oxigenación por la pérdida de sangre. Como consecuencia, son múltiples las alteraciones de neurotransmisores que pueden producirse generando lo que el paciente interpretará según sus experiencias previas y cultura. De hecho, algo similar ocurriría con las famosas visiones de túneles de luz, una de cuyas explicaciones alternativas es la activación al azar de zonas de la corteza occipital involucrada en la visión”.
Los desacuerdos con la explicación científica llegan con las interpretaciones que, en general, están ligadas a las emociones, las creencias y el contexto sociocultural.
“Algunos dirán que eran sus familiares muertos que los llamaban, otros van a decir que vieron a Dios. ¿Pero qué es Dios? –se pregunta Sarasola–. Por ahí vio una luz deslumbrante porque, sí, hay una percepción de claridad importante. La sensación de paz puede ser por una liberación endorfínica, pueden ser un montón de cosas. Hay que ser muy cuidadosos en la interpretación, una cosa es el fenómeno perceptivo en sí mismo, y otra la explicación que la persona haga de él”.
EL MÓDULO. En 1997, un equipo de científicos de la Universidad de California en San Diego, dirigidos por el prestigioso neuroteólogo Vilayanur Ramachandran, observó que el 25% de las personas que padecen un tipo especial de epilepsia que afecta a los lóbulos temporales, experimentan un marcado fervor religioso antes de padecer un ataque. Contaban que durante sus crisis veían a Dios, sentían un estado de iluminación repentina y una profunda comunión con el universo. En su vida cotidiana y al margen de los ataques, tendían a preocuparse mucho por cuestiones místicas.
En un experimento de laboratorio, Ramachandran utilizó sensores cutáneos (que miden el grado de conductibilidad eléctrica de la piel) para comparar y contrastar las respuestas emocionales de las personas al escuchar palabras relacionadas con el sexo, la política y la religión. A diferencia de la mayoría de los participantes, que mostraron mayor sensibilidad al lenguaje o a las imágenes sexuales, los que sufrían este tipo de epilepsia reaccionaban más intensamente a palabras como “Dios” o “espíritu”.
Concluyó así que podría existir una base neuronal en el lóbulo temporal, donde los epilépticos experimentan una actividad elevada, involucrada en las experiencias religiosas. Los científicos la apodaron “el módulo de Dios”.
Lo relevante también es que esta zona del cerebro es importante para la percepción del lenguaje y del habla, y una experiencia común narrada por quienes pasan por estados místicos es "escuchar la voz de Dios", lo que podría surgir al confundir el sonido del lenguaje interno con algo externo.
Ahora parece que hasta Juana de Arco, Mahoma y el apóstol Pablo, entre otros profetas y líderes espirituales, padecían epilepsia en el lóbulo temporal, según documentación histórica encontrada por investigadores del Centro de investigaciones neurológicas de UCLA.
El doctor Andrew Newberg invalida la existencia de un módulo de Dios. Él es un neuroteólogo que hace punta en este tipo de investigaciones y dirige el Centro de Espiritualidad y Neurociencias de la Universidad de Pennsylvania. “Las experiencias religiosas y espirituales suelen ser muy complejas, demasiado diversas como para obtenerse solo de una parte del cerebro. Si bien los lóbulos temporales son importantes para lograr estos estados, interactúan con muchas otras regiones. Más que un módulo, hay pruebas que indican que una serie de estructuras cerebrales trabajan juntas para generar la experiencia espiritual”, explica a C.
Newberg se encontró con la férrea resistencia de Michael Persinger, psicólogo especializado en Neurofisiología Clínica de la Universidad Laurentian de Canadá, quien se había obstinado en demostrar que las experiencias místicas podrían generarse estimulando el lóbulo temporal con electroimanes, e hizo la prueba en su propia cabeza. Se colocó un casco con electrodos y luego perjuró que sintió su primera sensación de estar unido con Dios, aunque algunos de sus propios conejillos de Indias se encargaron de desmentirlo.
Incluso, un equipo de especialistas del Hospital Italiano de la ciudad de Buenos Aires desautorizó la ley Persinger con el caso de una paciente que sufría esa particular epilepsia y que cada vez que tenía una crisis se ponía a rezar. Los médicos estimularon el cerebro para localizar en qué zona del temporal se originaba la experiencia, y la paciente tuvo el ataque, pero sin el agregado místico. Después le extirparon el lóbulo y desde entonces reza tranquila.
La doctora Stella Maris Valiensi, que siguió el caso, explica que la generación de los estados religiosos va más allá de una simple estimulación del cerebro: alguna situación debió haberse grabado en la memoria de la mujer para explicar que rezara durante los ataques.
“Cuando empezaron sus crisis, ella era chiquita y para evitarlas tomaba su crucifijo y empezaba a orar, y hacía lo mismo mientras las sufría. Como quedó grabado en su memoria, se repetía como parte de sus crisis posteriores. Así es cómo funcionan los recuerdos y el lóbulo temporal está muy relacionado con la memoria”.
FUERA DEL CUERPO. Paula Parco es bailarina y no sufre de epilepsia. Una tarde, al terminar un ensayo en la casa de una amiga, se recostó exhausta sobre un sillón. Comenzó a relajarse, a respirar profundo. Cuando llegó a un estado entre la vigilia y el sueño sintió que su cuerpo se desdoblaba y que otro ser –igual a ella– se elevaba. Paula la recuerda como su “parte superpoderosa, de una energía muy potente”, que le dijo, aunque sin palabras, “tranquila, ya nos vamos a unificar”. Ahí comprendió que estaba frente a “su ser espiritual más evolucionado” y desde entonces confía en que ya llegará el día en que se unifiquen. “Quizás ni me dé cuenta o a lo mejor ya fue”, remata entre risas que remueven el aire de solemnidad de la confesión.
Ella asegura que no fue un sueño; “porque no”, porque lo sabe y porque “fueron los segundos más breves y más intensos” que haya vivido. Nunca más le volvió a suceder, eso que en la jerga científica tiene un nombre: Experiencias Fuera del Cuerpo (EFC).
Poder desdoblarse no significa asemejarse a Ghost, la sombra del amor. Nadie más que Paula pudo percibir su fantasma,todo sucedió en su cerebro, duró sólo un instante y puede definirse como una alucinación, en el sentido de ver, sentir o hasta oler lo que no existe para los demás. Algo debió haber pasado en sus lóbulos parietales, una región cerebral que está involucrada en la capacidad de atención y de ubicación visuoespacial, y que en su normal funcionamiento permite distinguir dónde y cómo son los lugares.
“En las Experiencias Fuera del Cuerpo, una de las hipótesis sostenida indicaría que hay una inhibición de la actividad sanguínea en los lóbulos parietal y temporal, que se percibe de modo conciente en la persona como una desestructuración del espacio y luego se interpreta como un vuelo o un viaje astral, según la cultura de quien lo vive”, detalló Sarasola. “En nuestro cerebro está grabada nuestra estructura espacial y temporal, y cuando eso se altera uno lo interpreta como extraño”.
Un pico de estrés o ansiedad extrema podría desembocar en estos cuadros alucinatorios. La privación de los sentidos o un largo ayuno inciden de igual modo en los cambios de percepción. Hay estudios que indican, incluso, que las primeras sectas de cristianos estaban hasta treinta días sin comer para llegar a esos estados. Nada de esto por cierto le pasó a Paula, aunque sí estaba cansada y quizás, sin ser conciente, en estado de meditación.
Los lóbulos parietales también están involucrados en la meditación, que perfectamente realizada puede generar vivencias místicas. Para profundizar sobre sus efectos y ayudados por técnicas de medicina nuclear, Newberg y el psiquiatra y antropólogo Eugene D'Aquili lograron focalizar los circuitos neuronales implicados mientras un grupo de monjes budistas tibetanos meditaban.
En absoluto silencio, los religiosos transitaron un proceso de intensa concentración, esencial para acceder después a lo que llaman éxtasis. Las resonancias magnéticas tomadas de sus cerebros reflejaron una mayor actividad sanguínea en la corteza prefrontal, encargada de la concentración, y al igual que en las EFC, una inhibición del lóbulo parietal. Los monjes experimentaron una ausencia del sentido de espacio y tiempo y un alejamiento de la perspectiva normal de realidad. Si se le suma que el lóbulo frontal se excita durante la meditación, la experiencia se siente con mayor intensidad y, como dice D'Aquili, “esto hace que se alcance un estado de trascendencia extasiada y de totalidad, que trasmite tanto poder y fortaleza que se tiene la sensación de experimentar una realidad absoluta”.
A esta altura no hay discusión acerca de que el estado religioso se refleja en la actividad cerebral y de que las distintas experiencias involucran también a diferentes zonas del cerebro, o a las mismas pero activadas con distinta intensidad. Pero esos cambios neurológicos ¿son creados por el cerebro o este percibe y conecta con una realidad más espiritual? ¿El cerebro creó a Dios, o Dios lo creó así para comunicarse con los hombres?
UNA PALABRA. Matthew Alper, el escritor obsesionado por develar el misterio de Dios, tuvo que atravesar por una profunda depresión para obtener la respuesta. Él sostenía que al morirse, su cuerpo perecería pero jamás sucedería lo mismo con su espíritu, porque esa suma de experiencia conciente, esa esencia de la persona, sería eterna. Pero cuando la tristeza se le hizo carne, supo que su alma supuestamente inmortal solo reaccionaba a los efectos de sustancias químicas y se convenció “de que la conciencia humana debía ser una entidad física regida por procesos estrictamente físicos”.
"Dios es tan solo una palabra escrita en mi computadora", escribió Alper en el inicio de su camino en búsqueda de certezas. Si lo único que lo había sacado de su depresión había sido la medicina, hacia ella se dirigió. Recurrió a teorías, teorías y más teorías científicas.
En Dios está en el cerebro concluyó, apoyado en algunas investigaciones de Neuroteología, que ese ser superior al que gran parte de la humanidad adora no existe fuera de la cabeza humana. Y fue más allá: postuló que el hombre está biológica y genéticamente predispuesto a creer en una realidad espiritual para disminuir su miedo a la muerte y al sinsentido.
Desde una perspectiva evolucionista, según la cual la necesidad es la madre de la selección, afirmó que el ser humano desarrolló un grupo de genes espirituales responsables de la aparición de sitios fisiológicos cerebrales que desempeñan funciones heredadas: de la misma manera que lloramos, tendemos a creer en la espiritualidad. De otra manera, dice, es probable que no hubiésemos sobrevivido como especie. El rompecabezas cierra con una pieza más: la función trascendental de las experiencias místicas, que vienen a reforzar la creencia en una realidad sobrenatural.
ALUCINANTE. Además de realizar prácticas como la oración, los cánticos, la danza, el yoga o la meditación, muchas culturas utilizaron sustancias psicodélicas para llegar a estados místicos. Para Alper, es otro ejemplo de que Dios está en el cerebro porque si no tuviésemos ese mecanismo fisiológico que origina las experiencias religiosas sería imposible que las drogas pudiesen generarlas. No obstante, tanto Sarasola como el psiquiatra Jorge Ciprian Ollivier, miembro reconocido de la Escuela Argentina de Psiquiatría Biológica consideran esencial diferenciar las alucinaciones inducidas por estas sustancias: son mucho más intensas y no se podrían producir por un pico de ansiedad, el ayuno o la meditación. Ciprian Ollivier hace años que investiga sobre esquizofrenia y junto al departamento de química orgánica del Inifta- Conicet, dirigido por el doctor Arturo Vitale, encontraron en la orina de un grupo de esquizofrénicos y de tomadores de ayahuasca la misma cantidad del alucinógeno NN-dimetiltriptamina que, además, en pequeñas proporciones se activa durante los sueños en las personas sanas. Dedujeron que durante la toma del brebaje originario, de tribus de la Amazonia, se reproduce la causa química de un subtipo particular de esquizofrenia y asimilaron así los cuadros alucinatorios. Según Ciprian Ollivier, que probó la bebida, te sitúa en otro tiempo, espacio y gravedad.
Durante un estado inducido por ayahuasca, el músico Diego Bravo la estaba pasando mal. En el momento de mayor desesperación, mientras sentía que nunca regresaría del lugar al que lo había llevado la experiencia, intentó focalizar en un rostro conocido hasta que pudo ver a su hijo y más tarde a su padre y todo comenzó a brillar. Cuando pasó el efecto, volvió a su casa y su niño que recién se despertaba le preguntó de dónde venía. "Es que soñé que estabas alrededor de una fogata –le dijo el chico–, con gente, tomando cosas y yo te veía de arriba." Diego no supo qué decir y respondió lo de siempre: "Vengo de tocar".
Mientras Ciprian Ollivier dedujo que "podría ser telepatía" porque "telépatas somos todos, aunque no la podemos manejar y solo de vez en cuando tengamos alguna comunicación así. Son ondas, porque el cerebro emite ondas fortísimas". La ciencia no avaló nunca pruebas al respecto.
Diego, en cambio, buscó la respuesta en el guía de la ceremonia, quien le aseveró que era "lógico": "Con la ayahuasca te vas al mundo de los sueños". Era lo más parecido a lo que quería escuchar.
BIOLOGÍA Y ESPÍRITU. El científico Newberg concluye: "Creo que hay muchas piezas de este rompecabezas que incluyen una variedad de neurotransmisores, funciones y estructuras cerebrales, así como prácticas y experiencias que la gente tiene. Toda esta información es valiosa, pero debemos tener cuidado en cómo interpretamos los resultados, y si llegamos a la conclusión de que Dios crea estos cambios en el cerebro o el cerebro crea nuestras ideas acerca de Dios: eso es algo que la neurociencia no puede responder."
"Hasta el momento, la Neuroteología tiene la certeza de que los estados religiosos –continúa Newberg– utilizan una red similar de estructuras cerebrales que incluyen los lóbulos parietales, el frontal, el sistema límbico y el sistema nervioso autónomo. Dependiendo de la experiencia, estas zonas se ven afectadas de manera diferente".
Otro investigador de la nueva corriente neuroteológica, el psicólogo evolucionista de la Universidad de Oxford, Justin Barret, cree lo mismo que Newberg y agrega: "La verdadera respuesta es que muchas de las distintas partes del cerebro, inclusive los temporales, están activas durante las experiencias místicas, así como diferentes partes lo están mientras conversamos con un amigo. La razón es que la religión y las experiencias religiosas no son complementos agregados a la normalidad de la vida, sino una parte común de la existencia humana, que usa diferentes sistemas cerebrales".
Ambos científicos coinciden en que si bien estamos biológicamente obligados a encontrar sentido y plenitud a lo largo de nuestra vida, por lo que la religión bien podría considerarse un subproducto de una mente inteligente, eso no significa que exista “un gen espiritual” que determine las experiencias: “Estas son tan complejas y diversas que no parece probable que un gen sea el responsable”. Además, “el contexto es fundamental para la naturaleza espiritual de esos fenómenos. Cómo o cuánto la gente crea tendrá un profundo impacto sobre cómo interpretar los resultados. Todo el mundo probablemente tiene experiencias de tipo espiritual, en el fondo tan solo depende de cómo uno las define”, concluye Newberg.
Los logros que para el peluquero Alejandro Granado son consecuencia de practicar a diario las enseñanzas del budismo, para otros pueden ser fruto de la casualidad o hasta de un milagro. A modo de ejemplo, Alejandro cuenta que durante mucho tiempo quiso conocer la historia de los hombres de su familia, y aunque le habían asegurado que no quedaban en vida parientes que pudiesen ayudarlo, no pasaba un solo día sin meditar y repetir el mantra budista mientras focalizaba en su anhelo. Por eso, cuando una mañana abrió su casilla de mail no se sorprendió al leer que familiares españoles visitarían la Argentina y querían conocerlo.
En cambio, el periodista Alejandro Agostinelli estuvo meses negándose a calificar de mística una vivencia que aun hoy mantiene una dimensión mágica para él. Se estaba por cumplir un año de la muerte de su madre cuando escuchó su voz y rompió en llanto. Aunque provenía de un casete de un contestador telefónico –que él ni siquiera sabía que existía y que puso de casualidad en su walkman–, y sin obviar que la considera “una modesta experiencia de un escéptico”, Agostinelli considera que en ese momento de su vida hubo cierta magia. “Con las experiencias místicas –dice– hay mucha imaginación puesta al servicio de la narrativa, precisamente porque como hacen tanto impacto en tu vida, a la hora de trasmitirlas en palabras te encontrás con limitaciones y, sin ser conciente, las adaptás a un lenguaje persuasivo, mágico.”
Por su parte, Barret concluye que hay una “respuesta simple del por qué las personas somos religiosas y es que nuestras mentes están diseñadas de tal manera que somos naturalmente receptivos a ideas religiosas, cuando estas operan en condiciones
ambientales comunes a la tradición y a la cultura religiosa, pero para ser específico deben realizarse muchas investigaciones más”. Y en eso está.