HACIA UNA CUTURA DE PAZ Y NO VIOLENCIA Dokushô Villalba | |
La Vía del Zen es un camino de despertar espiritual de mas de dos mil quinientos años de antigüedad, una tradición que se ha perpetuado de generación en generación, de maestro a discípulos, atravesando culturas y áreas geográficas muy diversas. El origen del Zen se remonta al Buda Sakiamuni, fundador histórico del Budismo quien vivió en el siglo V a.C., aunque las técnicas de meditación empleadas por el Buda datan al menos del siglo XIX a.C. En efecto, en la últimas excavaciones realizadas en Mohenjo Daro, una de las principales ciudades de la civilización dravídica que se extendió por el valle del Indo antes de la invasión de los indoeuropeos, se ha encontrado una estatuilla de un asceta en la postura de meditación del loto que los practicantes Zen de hoy en día seguimos utilizando. Esta estatuilla ha sido datada como procedente de alrededor el año 1800 a.C., es decir de hace unos 3800 años. El zen no es una teoría, ni una filosofía, ni una religión, ni un sistema doctrinal basado en dogmas. Es sobre todo una experiencia, una praxis, una forma de vivir, una actitud ante la vida y ante la muerte. La esencia de esta experiencia es sobre todo la realización vivencial de la verdadera naturaleza de nuestra existencia y una forma de vida que se desprende naturalmente de esta realización. El acceso a esta experiencia tiene lugar principalmente a través de la práctica de la meditación zen llamada zazen. El camino del zen se basa en tres pilares:
La plena realización de las enseñanzas zen implica el cultivo y la realización de estos tres aspectos. Me gustaría ahora enfocar la atención sobre el aspecto ESTILO DE VIDA o COMPORTAMIENTO ETICO, ya que este aspecto constituye la base imprescindible de una práctica meditativa adecuada. ¿Qué es la ética? La ética es definida como la parte de la filosofía que trata sobre la moral y las obligaciones del ser humano. A su vez, la moral es la disciplina que estudia las acciones humanas en base a su bondad o su maldad. En el corazón de toda ética se encuentran pues los conceptos de Bien y de Mal. La pregunta clave es ¿qué es el Bien, qué es el Mal? El maestro Zen japonés Menzan Zuihô, del s. XVIII, escribió: "El Bien no es un valor absoluto ni universal. Sin embargo, nos aferramos tercamente a lo que nosotros consideramos como bueno creyendo que es realmente el Bien. El Mal tampoco es un valor absoluto. Aún así nos apegamos a nuestros propios juicios y no actuamos espontáneamente. Lo que nosotros consideramos firmemente como bueno, otros pueden considerarlo como malo, y viceversa. Pero aunque todos nos pusiéramos de acuerdo respecto al Bien y al Mal, este acuerdo no sería más que un juicio emitido por la mente ilusoria que se manifiesta en forma de conocimientos, puntos de vista, experiencias condicionadas, etc." Otro maestro zen, Yoka Daishi (China,s.VIII), escribió en su obra "El Canto del Despertar Inmediato": "¿Qué es el Bien, qué es el Mal? Los seres humanos no podemos saberlo. ¿Quién va en el buen camino y quién a contracorriente? Ni siquiera el cielo puede determinarlo". El Bien y el Mal son valores relativos. Cada cultura, cada sistema religioso, cada sociedad e, incluso, cada individuo, construyen su propia ética en base a sus apreciaciones relativas y condicionadas sobre el Bien y el Mal. Por ello puede parecer difícil hablar de una ética universal, así, en singular. Lo que encontramos a primera vista es una gran variedad de éticas o conjuntos de normas morales. Etica y éticas. Dentro de las grandes tradiciones espirituales tenemos la ética judeocristiana, la jainista, hinduista, musulmana, la protestante, la budista, la ética de los indios norteamericanos, de los bosquimanos africanos, de los aborígenes australianos, etc. Dentro de la tradición civil tenemos el código ético implícito en el derecho romano, en el marxismo-leninismo, en el anarquismo utópico, en la religión civil norteamericana, etc. Por otra parte, está lo que podríamos llamar la ética del poder, para la cual el Bien consiste en conseguir poder, en mantener y aumentar el poder conseguido, y el Mal es todo aquello que amenace de alguna forma a este poder. Está la ética del beneficio comercial, según la cual el Bien consiste en ganar todo el dinero que se pueda y el Mal en perder la riqueza obtenida. Está la ética trascendentalista, para la cual el Bien consiste en abandonar lo antes posible este mundo impuro para alcanzar un mundo puro en el más allá, y el Mal viene representado por todo aquello que ata al ser humano a este mundo impuro. Está la ética materialista, para la cual el Bien consiste en gozar al máximo de los placeres de este mundo y el Mal es todo aquello que impide hacerlo. Está la ética individualista para la cual el individuo es lo primero, el Bien supremo, y todo aquello que coarta la libertad del individuo es el Mal. Está la ética colectivista para la cual la supervivencia del grupo social es lo primero y todo aquello que ponga en peligro el bien común es el Mal. Está la ética nacionalista, la ética centralista, la ética federalista, etc... Lo que encontramos más a menudo en nuestra vida cotidiana, tanto en el sistema social como en nuestro fuero interno, es una mezcla de distintos códigos éticos a menudo contrapuestos y casi siempre en conflicto entre sí. Las guerras religiosas, étnicas, culturales e incluso civiles son, en esencia, las guerras de unos códigos éticos contra otros. Los seguidores de unos y otros sistemas éticos creen que su concepción del Bien y del Mal es la verdadera, la única verdadera y, por ello, tratan de imponer, mediante el uso del poder y de la violencia, su concepción absoluta del Bien y del Mal a otros. El resultado de esta lucha no es más que dolor y sufrimiento para todos. Esto es lo que vemos al analizar la historia pasada y presente de la humanidad. ¿Es posible alcanzar una definición universal del Bien y del Mal que pueda ser compartida por todos los seres humanos de este Planeta? Este es el reto al que nos enfrentamos al alba del siglo XXI. Algo en lo que todos tenemos que ponernos a trabajar. Etica de la sabiduría y ética de la compasión. Creo que, en primer lugar, todos deberíamos relativizar nuestras concepciones acerca del Bien y del Mal. "¿Quién va por el buen camino y quién a contracorriente? Ni siquiera el cielo puede saberlo", decía el maestro zen Yoka Daishi. Tenemos que reconocer que nuestras concepciones acerca del Bien y del Mal han surgido como fruto de un fuerte condicionamiento personal, familiar, social, religioso, cultural, étnico, histórico, geográfico e incluso cósmico. Lo que es bueno para mí no tiene porqué serlo necesariamente para tí. Lo que es malo para tí no tiene porqué serlo para mí. El reconocimiento del carácter relativo del Bien y del Mal nos libera de la fijación ciega que conduce a la dominación compulsiva de los demás. Reconociendo que nuestra concepción del Bien y del Mal es relativa podemos reconocer que la concepción de los demás también es relativa y, aceptando esta relatividad de todos los sistemas éticos, el Bien y el Mal dejan de ser considerados como un Absoluto con marca registrada. A esta percepción la llamo "ética de la sabiduría" porque es el ojo de la sabiduría el que nos permite ver que el Bien y el Mal son valores relativos. No obstante, esta ética de la sabiduría, aunque es imprescindible, no es suficiente. La ética de la sabiduría sirve para reconocer, aceptar y respetar la diferencia, la diversidad, de cada individuo, cultura o tradición. Ahora bien, puesto que sólo somos lo que somos a través de nuestra relación con los demás, puesto que somos seres relacionales, necesitamos un supuesto común, un principio de unidad, que nos permita desarrollarnos en nuestra relación con los demás. Necesitamos un interface ético que nos permita comunicarnos desde nuestro código ético con el código ético de los demás. Necesitamos encontrar los principios éticos globales y universales que subyacen en nuestros códigos éticos relativos. Personalmente siento que este interface ético de alcance universal puede ser construido a partir de lo que se ha venido en llamar la regla de oro de la ética: "No inflingas a otros la violencia de la que tú mismo no quieres ser víctima" o bien "No le hagas a otros lo que no te gusta que te hagan a ti mismo". El valor de este interface ético no estriba tanto en su carácter de Verdad Absoluta (lo cual conduciría a un nuevo Absolutismo), sino en su poder de comunicar a través de un lenguaje común a distintos códigos éticos. Es decir, su valor radica en su función de generar un espacio de encuentro y comunicación, un reconocimiento de la unidad subyacente a los distintos sistemas éticos. Este interface podría ser llamado "ética de la compasión". Una ética basada en la sabiduría (el conocimiento) y la compasión (la empatía) es la mejor medicina para la enfermedad del egocentrismo y la ética individualista asociada a él. El egocentrismo es en efecto una enfermedad mental y emocional que reviste carácter de plaga especialmente en las sociedades opulentas. El estado mental egocéntrico es el producto de un desarrollo psicológico incompleto que tiene como resultado una visión errónea por incompleta de la realidad. ¿En qué consiste básicamente el egocentrismo? En creer que el yo es el centro y la cúspide del mundo y que todos los seres que pueblan el universo ya sean humanos, animales, vegetales, minerales, objetos, medio ambiente, etc están ahí únicamente para satisfacer y servir a los deseos del yo. Para la mentalidad egocéntrica, la existencia de los demás sólo tiene valor en cuanto que sirva para satisfacer los deseos del yo. El yo es convertido en el Sujeto Absoluto y los demás reducidos a objetos relativos. Hacia una ética universal como expresión de la compasión. La ética de la compasión no trata de imponer una determinada concepción absoluta del Bien y del Mal. No es una ética basada en el poder, ni siquiera en la posesión de una hipotética Verdad, entendida como categoría absoluta. Es una ética que trata de encontrar el sentimiento común que subyace en todos los seres vivientes y en todo código ético. Siento que el Manifiesto 2000 impulsado por la UNESCO en el año 2000 dentro de la campaña internacional por una Cultura de Paz y No-violencia es una buena expresión de esta "ética de la compasión". Hoy, cinco años más tarde, después del 11 de septiembre en New York, después del 11 de marzo en Madrid, y de tantos otros actos brutales, esta cultura de paz y no-violencia se ha vuelto mucho más necesaria. El Manifiesto 2000 se articula en seis puntos que constituyen de hecho los pilares de una ética universal, que bien puede ser abrazada por un budista, por un musulmán, por un cristiano, por un agnóstico o un ateo. Personalmente, como ser humano, como ciudadano del mundo y como budista, me siento totalmente identificado con estos principios. Estos seis principios son:
La ética basada en la compasión es el polo opuesto a la ética basada en el poder y la dominación, sea cual sea la forma que este poder y dominación adquiera. La ética de la compasión se basa en un principio universal: ningún ser ama el sufrimiento. Por lo tanto, evitar que todos los seres (tanto yo como los demás, tanto humanos, como vegetales y animales) experimenten el sufrimiento es el principio universal sobre el que se asienta la ética de la compasión. La ética del poder y la dominación se basa en la imposición casi siempre violenta de un determinado sistema de valores considerados "verdaderos y absolutos" a los demás, para beneficio de aquellos que ostentan el poder y sin consideración hacia el sufrimiento de aquellos que sufren esta imposición. La ética del poder ha sido la que más frecuentemente ha dominado la historia de la humanidad y la que sigue dominando hoy día. Muchas instituciones religiosas, políticas y estatales, muchos grupos étnicos y muchos grandes consorcios económicos han recurrido siempre a la ética del poder y siguen haciéndolo hoy día. No obstante, en un mundo cada vez más consciente de la interdependencia esencial que subyace en el tejido de la Vida, en una época histórica en la que el poder de las armas de destrucción masiva es escalofriante, la perpetuación de la ética del poder y la dominación es el mayor peligro al que se enfrenta la Humanidad. La alternativa no puede ser otra que la expansión en los corazones de todos los seres humanos de la "ética de la sabiduría" y de este interface ético al que llamo "ética de la compasión". Siento que, obligados por el puro instinto de superviviencia, este es el imperativo histórico al que debemos responder en este siglo XXI que comienza. |
domingo, 31 de agosto de 2008
HACIA UNA CUTURA DE PAZ Y NO VIOLENCIA
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